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Real Jardín Botánico, un museo vivo

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Un pensador italiano dejó escrito que nada vale en la ciencia si no se convierte en conciencia. Por eso, cuando un visitante llega al Real Jardín Botánico (RJB), intentamos transmitirle dos mensajes. El primero, el más importante, es que el Jardín Botánico no es un parque. Es un centro investigador que forma parte desde 1939 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) donde se realiza ciencia. El segundo mensaje, más anecdótico y geográfico, es que el RJB no es el Botánico de Madrid, aunque físicamente esté situado en la capital. Es el único Jardín Botánico nacional y no pertenece al Ayuntamiento o a la Comunidad de Madrid, sino que depende del Gobierno español.

Fue un rey, Fernando VI, el que decretó el 17 de octubre de 1755 la creación del Jardín Botánico que ya nacía, por esa decisión del monarca, con el título de Real. Inicialmente se ubicó en la Huerta de Migas Calientes, en la zona que hoy se conoce como Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares. Fernando VI contó para la fundación del RJB con el médico y botánico José Quer y Martínez, que se encargó del traslado de un primitivo Jardín que Felipe II había creado en la villa de Aranjuez, junto al palacio real, asesorado por el botánico Andrés Laguna. Quer, primer director del RJB, abrió sus puertas con unas 2.000 plantas que él mismo había recogido en sus numerosas recolecciones por toda la Península o adquiridas por intercambio con otros jardines botánicos europeos.

Cuando se cumplía el vigésimo aniversario de su creación, hacia 1774, el rey Carlos III ordenó el traslado del Real Jardín Botánico a su actual emplazamiento, ya que su pretensión era crear un Gabinete de Historia Natural cuya sede iba a ser, inicialmente, el hoy bicentenario Museo del Prado. Para su instalación, la Corona compró unas productivas huertas, en el Prado Viejo de Atocha, a Mariana Martín Preciados.

Dos arquitectos se encargaron de su diseño.  El italiano Francesco Sabatini, que en esos momentos estaba al servicio de la Casa Real española, y Juan de Villanueva, máximo exponente de la arquitectura neoclásica en nuestro país y responsable del citado Museo del Prado, del Real Observatorio Astronómico o de gran parte de la Plaza Mayor madrileña.

Durante esos años antes de su apertura, en 1781, se construyeron las tres terrazas escalonadas, se ordenaron las plantas según el método de Linneo -considerado el padre de la Botánica- y se construyeron la verja que rodea el Jardín, el emparrado y el invernáculo llamado Pabellón Villanueva, en el que se encuentra la cátedra donde impartió sus clases Antonio José Cavanilles y que, actual y temporalmente, ocupan la tienda y la cafetería del Jardín.

Los periodos más amargos de su historia

Algunos de los momentos más tristes, más amargos en la historia del Jardín Botánico tienen marcada en negro la fecha en el calendario. Por ejemplo, la Guerra de la Independencia, en 1808, trajo consigo años de abandono y tristeza, que se prolongaron hasta 1814. Fue la herencia que dejó el botánico afrancesado Claudio Boutelou, cesado por esta última condición, aunque en realidad debía haberlo sido por la indolencia cometida con el Jardín que intentó remediar su sucesor, Mariano Lagasca, manteniendo al RJB dentro de las corrientes científicas europeas de la época.

En la década de 1880 a 1890, el Jardín sufre importantes pérdidas. En 1882 se segregan dos hectáreas para construir el edificio que actualmente ocupa el Ministerio de Agricultura y en 1886 un tornado derribó 564 árboles de gran valor. En 1893 se volvió a ceder un nuevo espacio del Jardín, en este caso para abrir la Cuesta de Moyano, con lo que su superficie quedaba ya reducida a las ocho hectáreas actuales.

Las huellas físicas de la Guerra Civil, y concretamente de sus obuses, se aprecian claramente en la verja que circunda el Jardín, incluso después de su reciente rehabilitación.

Y en 1979 el Jardín se cerró al público para emprender una mayúscula obra de restauración. Los entonces reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía presidieron en 1981 la reapertura coincidiendo con su bicentenario en el Paseo del Prado. Por cierto, los Reyes volvieron en 1993 para inaugurar el Invernadero de Exhibición Santiago Castroviejo. La última gran obra en el Jardín se produjo en 2005, al sumar una nueva terraza, la de los Laureles, donde se ubica la colección de bonsáis que años atrás donó al CSIC el ex presidente del Gobierno Felipe González Márquez.

Desde su nacimiento el Real Jardín Botánico se ha centrado en la investigación, la educación y la divulgación científica, tres líneas que conforman su ADN. Tiene como misión científica descubrir la diversidad actual de las plantas y hongos, comprender cómo dicha diversidad se ha generado y promover su conservación. Los enfoques, al plantearse este objetivo, son muy variados. Desde los estudios orientados a conocer las especies que viven en un territorio (floras) o integran un grupo concreto de organismos (sistemática), hasta los que buscan reconstruir la historia evolutiva de los diferentes grupos de plantas y hongos.

El Jardín, coordinado desde la vicedirección de Jardinería y Arbolado, es la base principal para llevar a cabo esa investigación. Es un ejemplo representativo de la biodiversidad vegetal mundial. Una explosión de floración en primavera, un oasis de verdor en el caluroso verano madrileño, un festival de colores en otoño y un espacio místico y temperado en invierno, despejado de flores y hojas.

Jardín Histórico-Artístico desde 1942

El recinto tiene una configuración geométrica y está aterrazado con objeto de compensar el desnivel del terreno. El resultado son tres terrazas principales (Terraza de los Cuadros, Terraza de las Escuelas Botánicas y Terraza del Plano de la Flor) y una cuarta, la citada Terraza de los Laureles o de los Bonsáis, que domina las otras tres.

 

Las dos más bajas tienen un diseño neoclásico y conservan en medio de cada parterre los primitivos fontines, restaurados en 1979. Y, a pesar de haber sido declarado Jardín Histórico-Artístico en 1942, con el inconveniente que este título conlleva para realizar cualquier obra o reforma, es un espacio accesible a todas las personas, con independencia de su forma o estado físico.

Dos invernaderos pueden ser visitados, el llamado Santiago Castroviejo y el Invernadero de Graells. El Invernadero Santiago Castroviejo es de exhibición, con plantas exóticas de ambientes climáticos como el desértico, el subtropical o el tropical. Abrió sus puertas en 1993. Su sistema de acondicionamiento, controlado informáticamente, se basa en energías de origen solar y geotérmico.

El segundo de los invernaderos, el de Graells, es también conocido como la Estufa de Palmas. Está junto al Invernadero Santiago Castroviejo y se construyó en 1856, cuando era director del Jardín Mariano de la Paz Graells, de ahí ese sobrenombre. Este edificio histórico sigue funcionando desde su creación como estufa fría, con una temperatura y humedad más o menos constantes, sin otro regulador que el mantenimiento de las plantas al abrigo, el calor del sol y la ocasional ayuda de los aspersores.

Cuatro pilares de apoyo a la investigación

Además, la investigación en el RJB se apoya en cuatro pilares: el Laboratorio, el Herbario, la Biblioteca y el Archivo Histórico. La UTAI, donde se encuentra el Laboratorio de Sistemática Molecular, es una unidad imprescindible para la identificación de nuevas especies. El Herbario es una de las piezas centrales en la tarea científica e investigadora del Real Jardín Botánico. Es el herbario más grande de España y uno de los más representativos de Europa por sus colecciones de las expediciones botánicas. Alberga más un millón de ejemplares y en él se encuentran representados todos los grupos de plantas.

La Biblioteca y el Archivo histórico también son dos unidades de apoyo a la investigación, dependientes de la Dirección del RJB. Se trata de la Biblioteca científica y el Archivo de documentación histórica más importantes del país, en lo que se refiere al conocimiento del mundo vegetal.

La primera conserva incunables y una importante colección bibliográfica de Botánica que la colocan a la cabeza de España en esta rama de la ciencia, incorporando no solo manuales y tratados de siglos pasados, sino también las publicaciones más actuales.

Por su parte, el Archivo dispone de documentos, expedientes, dibujos y otros materiales de las expediciones botánicas. Su colección más importante es la de Mutis. Unos 7.000 dibujos de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816) dirigida por José Celestino Mutis. Un espacio que congrega ciencia y arte, ya que muchos de esos dibujos y láminas han colgado, para exposiciones temporales de arte moderno, en museos y galerías de ciudades como Madrid, Nueva York, París o Londres.

Cuatro pilares, cuatro espacios cuyo uso y visita están limitados al personal científico e investigador, de ahí que cuando se organizan jornadas de puertas abiertas en cualquiera de los cuatro, el interés por conocer qué se cuece, cómo se trabaja y qué se conserva en ellos sea máximo.

Educación y divulgación científica

En los últimos años una media de 30.000 escolares, fundamentalmente de la Comunidad de Madrid, pero también de otras provincias, las limítrofes como Toledo, Guadalajara o Segovia, y las más alejadas como Pontevedra o Huelva, participan en la programación educativa que oferta el Jardín Botánico.

Talleres y visitas guiadas para enseñar la botánica y animar a las futuras generaciones a conocer y apreciar la ciencia en general y la biología en particular. Aunque solo sea para inyectarles, ya desde su más tierna infancia, aquellas palabras del poeta Mauricio Bacarisse: «El Jardín Botánico tiene la devoción de todos los años de mi vida. Allí aprendí a pronunciar las primeras palabras. Después, en las primaveras juveniles, he colgado muchos exvotos sentimentales en sus enramadas, junto a los racimos de las glicinas y los tirsos de las lilas. Ha sido para mí una basílica vegetal, con las agujas de sus cipreses, los arbotantes de los sauces, el claustro de su emparrado…».

Una oferta educativa que se completa con cursos y talleres para todo tipo de públicos y donde se unen la formación vegetal, jardinera y paisajística, las plantas comestibles, los cafés científicos, el dibujo o la acuarela, la fotografía de la naturaleza, el anillamiento de aves, los tintes vegetales o el conocimiento de los polinizadores.

Exposiciones, conciertos de música, conferencias, seminarios, ciclos como ‘El jardín escrito’ o ‘Cine en el Jardín’ y la organización y participación en eventos como La Noche de los Libros, el Finde Científico, La Noche de los Investigadores e Investigadoras, la Semana de la Ciencia o el Maratón Científico dan continuo sentido y forma a la divulgación científica en el RJB.

A punto de cumplir 264 años el próximo 17 de octubre, el Real Jardín Botánico no se olvida de sus raíces ni reniega de su historia, al contrario, pero enfoca su objetivo hacia el futuro para convertirse en un Jardín del siglo XXI a través de la información 3.0. En una permanente relación con los medios de comunicación, el RJB ha tenido en el último quinquenio más de un millar de impactos anuales en prensa, radio, televisión e internet. Y pone sus redes sociales (Facebook, Twitter e Instagram, principalmente) al servicio de sus fans y visitantes, así como sus aplicaciones móviles, que permiten tener el RJB en la palma de la mano.

Claro que hay quienes únicamente adquieren su entrada, cuatro euros, la entrada general más cara, y dos más si quieren ver la exposición que en ese momento se muestre en el Pabellón Villanueva, para disfrutar del Jardín. Para pasear, sentarse en un banco y contemplar el paisaje o leer. En cualquier estación del año, aunque hay que reconocer que la primavera y el otoño son las que más visitantes acaparan. Un otoño multicolor que, en algunos de sus paseos, recuerda una pintura impresionista.

Un otoño como el que esbozó la escritora Josefina Aldecoa en su libro Madrid, otoño, sábado donde «como en el cuadro de un pintor inglés, el Jardín Botánico se extendía, abajo, envuelto en una neblina tenue cuya transparencia permitía adivinar las copas de los árboles. Horas más tarde, cuando el sol de otoño brillara en el cielo de Madrid, el jardín exhibiría su tesoro de hojas secas, transformadas en ricos tejidos: gasas amarillas, terciopelos tostados, rasos dorados, lanas rojizas atravesadas por nervios grises. Su frágil atadura cedía a la embestida del viento o de la lluvia y, por la mañana, aparecían alrededor del tronco, en montones desiguales que llegaban hasta los paseos de tierra. En primavera las hojas verdes, aferradas al tallo con garfios invisibles, resistían enhiestas la violencia de los temporales. Pero éstas, hermosas, decadentes, caían al suelo, fatigadas, conscientes de la extinción de su ciclo vital…».

Reyes y reinas, príncipes y princesas, presidentes y alguna presidenta, ministros y ministras, alcaldes y alcaldesas, escritores y escritoras, músicos, pintores y pintoras, actores y actrices, fotógrafos -artistas todos-, modelos, deportistas, ecologistas, científicos y científicas, chefs, policías, periodistas…, pero, sobre todo, los 400.000 visitantes de a pie que anualmente viene recibiendo en la última década el Real Jardín Botánico, le dan energía a este museo vivo y le insuflan la savia necesaria para celebrar, al menos, otros 200 años más porque, como versó Mario Benedetti, el Jardín Botánico siempre ha tenido una agradable propensión a los sueños. Después de todo, el secreto es mirar hacia arriba y ver cómo las nubes se disputan las copas y ver cómo los nidos se disputan los pájaros.

Texto: Jesús García Rodrigo

Fotografías: Marisa Esteban, María Bellet,  Jesús G. Rodrigo, 

Carlos de Mier, Pablo Galán, Antonio García,  Nuria Romero,

Imanol Urquizu y Archivo fotográfico RJB

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