"Los clásicos son nuestros contemporáneos absolutos”
Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es uno de los grandes referentes en el ámbito de la filología clásica. Además de ser profesor de investigación en el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo del CSIC, es uno de los poetas más prestigiosos de nuestro país. Su producción científica en el seno del Consejo se ha centrado en la traducción y edición crítica de grandes obras de la literatura occidental. Es académico de número de la Real Academia de la Historia y académico correspondiente en Madrid de la Academia de Buenas Letras de Granada. Asimismo, ha recibido importantes reconocimientos, tanto por su faceta investigadora como literaria, como pueden ser el Premio Nacional de Traducción y el Premio Nacional de Poesía.
Las humanidades se están devaluando a un ritmo vertiginoso. Prueba de ello son las reformas educativas que parecen relegar a estas de los planes de estudio. ¿Qué papel juegan en la formación del individuo y qué pueden aportar a la sociedad?
Es una tragedia absoluta. Yo creo que estamos completamente desviados de la auténtica senda. De todas formas, esta situación se produce desde hace tiempo, se corresponde con la crisis de las humanidades en otros países. Hay que reconocer que no es un fenómeno exclusivamente hispánico, aunque en España adquiere ribetes muy preocupantes.
Yo soy partidario de que las lenguas clásicas sean obligatorias para todo el mundo, tanto para la gente de ciencias como para la de letras. Las lenguas clásicas son una gimnasia mental impresionante. En mi opinión, es una verdadera pena que en este momento los jóvenes de nuestro país se encuentren desamparados en cuanto a conocimientos humanísticos, pues pueden aportar muchas cosas al individuo. Las humanidades son transversales y deberían impregnar todo el tejido investigador del país.
En efecto, son esenciales. Sin un dominio pleno del lenguaje, ¿cómo podría un investigador divulgar su obra?
Da igual que sea matemático, ingeniero o arquitecto. Yo noto que ha habido un descenso grande en cuestiones de redacción, de escritura, de conocimiento de la cultura hispánica, lo que lleva, por ejemplo, a ir a un museo y no saber cuáles son los referentes para disfrutar de lo que se está viendo.
¿Podría decirse que desde el siglo III a. C. el método filológico en relación con los clásicos grecolatinos no ha variado en lo esencial?
Desde los grandes filólogos helenísticos de Alejandría nuestro sistema de trabajo es bastante parecido. Tecnológicamente tenemos una serie de avances que nos han facilitado la tarea, pero la metodología es la misma.
Entonces, ¿por qué sigue siendo necesario estudiar a ciertos autores?
Los clásicos, y no solo incluyo a los griegos y a los romanos, son nuestros contemporáneos absolutos. Tienen, incluso, una perspectiva de futuro con respecto a nosotros, van a sobrevivir de una manera evidente y clara, son criaturas hechas para la eternidad. Como señala Gilbert Murray en uno de sus prólogos, no hay suficientes libros sobre Esquilo. En efecto, nunca habrá suficientes libros sobre Esquilo, porque cada generación tendrá que plantearse la edición de Esquilo y su comentario como algo prioritario y fundamental ligado al paso de una determinada generación. Cambian las perspectivas y los modos de enfocar el tema. El criterio y la metodología científica son los mismos, pero evidentemente hay muchos avances. Además, la sociedad cambia. Por ejemplo, ahora estamos estudiando muchísimo el tema de la mujer en la historia del universo. Eso hay que aplicarlo a los autores clásicos que, por lo general, tienen una visión enormemente luminosa y moderna de todo. Hay que descubrir esa pulsión que nos legan.
Además de esto, ¿quedan cosas por descubrir?
Todavía quedan cosas por descubrir. De hecho, últimamente ha habido hallazgos importantes de lírica griega, por ejemplo, poemas de Safo. Se siguen descubriendo papiros en las arenas del desierto. Pero al margen de eso, el hallazgo más importante es el hecho de que hay que poner siempre al día el conocimiento de los clásicos.
La autoría de Homero ha sido una cuestión muy discutida y controvertida. ¿Quién hay realmente detrás de Homero y por qué es importante?
Homero es una manera de firmar como anónimo al final de cada epopeya homérica. Homero es un flatus vocis simplemente. Lo que ocurre es que es un nombre propio que nos viene muy bien para justificar la genialidad de esa translación de una serie de poemas orales que se pusieron por escrito en época de Pisístrato, el tirano de Atenas en el siglo VI a. C. Hablar de Homero, como bien dice Borges en su libro El hacedor, es hablar del poiētḗs por excelencia, que significa hacedor, es decir, poeta. Lo mismo que Dios creó el mundo, Homero creó la literatura. Debemos atender a Homero porque es la literatura y porque es el lenguaje connotativo, es decir, lo que caracteriza a esta frente al lenguaje denotativo que utilizamos todos los días. Es fundamental y es un bálsamo en las existencias humanas. Es el arte que siempre cura y que nos traslada a territorios más altos de los que nos ha tocado vivir.
Creo que nuestro amigo Gabriel Albiac era demasiado optimista cuando decía: “Hablamos griego clásico, aunque no lo sepamos: lo hablan nuestros sueños, nuestras fantasías”. No obstante, ¿no consideras que el griego ha sido una asignatura pendiente en España?
El griego ha sido una asignatura pendiente desde el siglo XVI y la culpa la ha tenido también la Contrarreforma, que pensó que a través del griego podían venir ideas disolventes. Realmente el helenismo en España fue precario. Luis Gil estudió el helenismo del siglo XVIII, que es donde levanta un poco cabeza, pero en los siglos XVI y XVII sospecho que —incluso podría afirmase—no se sabe griego en España, que los grandes humanistas españoles no sabían griego. Eran unos expertos latinistas, pero no sabían griego. Y eso yo creo que nos ha pasado factura. Luego, en la gran revolución científica del siglo XIX, con la gran filología alemana a la cabeza, los españoles no supieron engancharse a ese tren hasta la posguerra civil. Imagínate si pasaron cosas en la filología europea antes de esa fecha…
¿Cómo crees que va a evolucionar el ámbito de las humanidades en el CSIC?
Me gustaría ser optimista y pensar que va a evolucionar positivamente. Yo creo que al final habrá un rearme de las humanidades porque si no nos despeñamos. La cultura occidental es una cultura de humanistas. Se habla de intelectuales pero yo creo que la palabra clave es humanista.
Uno de los aspectos más destacados del CSIC es su editorial, que se caracteriza por un fondo muy diverso. De las colecciones que forman parte de esta, ¿qué papel juegan Alma Mater y Literatura Breve?
Alma Mater cuenta con más de 100 volúmenes y va creciendo año tras año. Yo tengo la suerte y el orgullo de estar ahora al frente de la colección, aunque don Francisco Rodríguez Adrados sigue estando en un puesto honorífico. Creo que es la colección más importante de clásicos grecolatinos que ha habido en edición bilingüe en español. El hecho de incluir el texto griego o el latino es fundamental. La verdad es que estamos muy contentos y, además, en la Editorial CSIC valoran mucho la colección. De hecho, dicen que es una de las joyas de la corona.
Respecto a la colección Literatura Breve, que también dirijo, se trata de investigar sobre la literatura española de los primeros 50 años del siglo XX, concretamente sobre las colecciones de novela breve, que eran muy comunes en los hogares.
Un tipo de literatura que la crítica literaria académica ha pasado un tanto por alto…
Sí, la ha despreciado por considerarla popular. Una de mis batallas a lo largo de mi vida ha sido demostrar que la cultura es una, no distinguir entre alta y baja. Es importante seguir la huella de la llamada baja literatura que muchas veces es igual de alta que la denominada alta. No hay que distinguir entre literatura seria y literatura popular. Hay solo una cultura y una literatura, sin adjetivos.
¿Crees que es importante la colaboración entre el CSIC y otros organismos de carácter privado? ¿Qué puede aportar esto?
Yo estoy a favor siempre, desde luego, hay que abrirse a la sociedad. De hecho, un ejemplo interesante del Consejo es la Editorial CSIC, que coedita un buen número de publicaciones con la colaboración de otras editoriales compartiendo gastos.
Y de manera concreta, en el ámbito humanístico, ¿cómo crees que se puede llevar a cabo esta sinergia?
Lo que ocurre es que hay menos interés objetivo de los medios financieros por apoyar las humanidades porque tienen menos salida económica. No obstante, hace años tuvimos una relación interesante con la editorial valenciana Tirant lo Blanch, que en un determinado momento nos echó una mano con Alma Mater aunque luego se desvinculó. Siempre hay posibilidades de colaboración con gente. Es como si de repente un millonario excéntrico decide apoyar Alma Mater, ¿por qué no? La vida es azar, puede ocurrir perfectamente.
Respecto a tu carrera literaria, ¿ha sido importante tu formación filológica para desarrollar tu obra?
Yo creo que ambas están muy imbricadas. De algún modo, todo en mi vida ha ido confluyendo en la poesía. En ese sentido, hay personas que proyectan en la filología sus aspiraciones literarias. En mi caso ha sido al contrario, todo lo que he hecho de filología ha confluido en poesía. Digamos que he realizado una especie de filología poética o, por lo menos, me ha valido biográficamente para escribir poesía. De alguna manera, he convertido todos mis conocimientos filológicos en poesía.
Has recibido un gran número de premios, tanto en el ámbito poético como en el investigador. ¿Tienes alguna preferencia al respecto?
Pues la verdad es que me hace más ilusión que me hayan dado algún premio al investigador que al poeta porque como poeta estoy muy seguro de mí mismo. En cambio, lo de la investigación siempre ayuda, corrobora mucho la tarea que haces. El Premio Julián Marías, por ejemplo, que también se lo han concedido a mucha gente del Consejo, para mí fue muy importante.
Texto: Gonzalo Montero
Fotografías: Sandra Diez
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