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Empoderamiento digital, la respuesta de la sociedad a la covid-19

La pandemia ha reforzado la cohesión social y la participación colectiva promoviendo una ciudadanía digital basada en redes informales de solidaridad que se articulan a través de tecnologías como las redes sociales

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En marzo de 2020 las restricciones a la movilidad asociadas a la covid-19 trasformaron el día a día de la sociedad, que pasó de presencial a digital. En España, un millón de nuevos usuarios comenzó a utilizar internet y ocho millones se iniciaron en redes sociales para crear redes de apoyo mutuo, informarse o teletrabajar. Equipos del CSIC aplican las ciencias sociales y humanas para analizar el alcance de las transformaciones originadas por la pandemia en la era digital y para generar herramientas que permitan al ciudadano afrontar futuras emergencias sanitarias.

Durante el desarrollo del proyecto Epidemiología Urbana de la Covid, que estudia la relación entre las desigualdades sociales y el impacto de la enfermedad, los investigadores observaron cómo la sociedad se volcó en el uso de herramientas digitales para responder a las necesidades generadas por la pandemia. “El ciudadano digital no solo es aquel que enciende la calefacción desde su móvil sino el que, al inicio de la covid-19, empezó a utilizar internet para crear, por ejemplo, bases de datos con personas necesitadas”, señala Alberto Corsín Jiménez, antropólogo del CSIC y coordinador del proyecto. Empezaban a aparecer despensas, redes de apoyo mutuo o bancos de alimentos que se crearon y organizaron digitalmente para intentar frenar el avance del SARS-CoV-2. “Desde el principio hemos visto cómo los ciudadanos desplegaban herramientas online para frenar su propagación”, añade.

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Alberto Corsín, investigador del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. / Lorenzo Plana

En una primera fase cuantitativa, en la que se analizó el impacto del virus en tres estratos sociales de seis distritos madrileños, los investigadores comprobaron que los barrios con un alto índice de vulnerabilidad presentan una mayor incidencia acumulada. Sin embargo, también identificaron dos excepciones: los barrios de Usera y San Cristóbal. “La hipótesis es que en estos barrios la respuesta de la sociedad civil, desarrollando sus propias bases de datos, centros logísticos y centralitas telefónicas, se sumó al trabajo de los servicios sociales para crear una estructura de apoyo fuerte que frenó la enfermedad. Esta colaboración tan estrecha y fructífera entre servicios sociales y tejido vecinal es uno de los rasgos que distinguieron la respuesta comunitaria en San Cristóbal”, explica Corsín.

Financiado por el fondo Recupera y enmarcado en la Plataforma Salud Global del CSIC, actualmente este estudio se encuentra en su fase cualitativa o trabajo de campo. Tras seis meses de entrevistas y dinámicas de grupo, los investigadores han observado cómo al inicio de la pandemia se pone en marcha una ciudad digital invisible, es decir, redes informales de solidaridad que dibujaron un Madrid diferente al cruzar tres bases de datos: gente necesitada, voluntarios y recursos disponibles.

Uno de los obstáculos que podría limitar la reacción online de la ciudadanía es la conocida brecha generacional, uno de los tres desafíos, junto al socioeconómico y al geográfico, citados por el Libro Blanco del CSIC sobre Información Digital y Compleja. Significaba poner en contacto a las personas a través de internet, es decir, al 69 % de entre 65 y 74 años con el 99% de jóvenes entre 16 y 24 años, que lo utilizan regularmente según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Sin embargo, los investigadores han comprobado que, lejos de lo esperado, la primera respuesta digital ante la pandemia nace de personas mayores de 65 años. “¿Os apetece montar algo para atender a gente con necesidades? Estos mensajes aparecen mayoritariamente en grupos de personas jubiladas con espíritu colaborativo. Es luego cuando se suma la gente joven, los voluntarios”, explica Corsín.

“Todos estos grupos de whatsapp, bases de datos, logísticas de distribución y despensas vecinales son herramientas digitales que los ciudadanos han desarrollado fuera del mainstream. La pandemia nos ha demostrado por qué el futuro de la ciudadanía digital va de la mano de un urbanismo solidario”, añade.

Elaborar una ética digital

Animales sociales por naturaleza, una vez privados de la esfera pública presencial, en marzo de 2020 la sociedad en su conjunto se volcó en el entorno digital. Se abrían así nuevos espacios deliberativos online, más polarizados y con ritmos de argumentación más rápidos, que modificaron las dinámicas establecidas hasta el momento entre política, sociedad y ciencia.

El proyecto Respontrust, financiado con fondos europeos y parte de la PTI Salud Global CSIC, analiza cómo la desinformación ha influido en estas dinámicas durante la covid-19. Un ejemplo de ello es que, según la OMS, casi 6.000 personas fueron hospitalizadas al creer que beber alcohol en altas concentraciones les protegería frente al SARS-CoV-2.

Astrid Wagner, científica del Instituto de Filosofía del CSIC que dirige el estudio, explica cómo la lógica de la desinformación asociada a la pandemia trata de alterar el equilibrio entre los pilares de la ética digital (incertidumbre, confianza y responsabilidad) para generar vulnerabilidad cognitiva, es decir, corromper la capacidad de la sociedad para hacer frente a una situación en la que es difícil distinguir entre verdad y ficción. La principal herramienta para ello es el bulo: “Se caracteriza por llegar a través de grupos fiables, adornado como si fuera ciencia y con un mensaje que casi te obliga a reaccionar. Una vez distribuido, el daño está hecho”, explica la investigadora.

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Astrid Wagner, investigadora del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. / Lorenzo Plana

El resultado es la aparición de burbujas ideológicas digitales que han alterado los espacios democráticos tradicionales. Aunque las fake news o la polarización no son ninguna novedad, el Libro Blanco del CSIC destaca tres nuevas características vinculadas a las redes sociales: masividad, viralidad y redundancia en el engaño. “Durante la pandemia hemos comprobado que han aumentado los bulos, la polarización y las teorías conspiranoicas, tres aspectos que socavan la confianza de la población en la ciencia e instituciones” y, como añade Wagner, “no hay que olvidar que la democracia no funciona sin una base de confianza”. 

El proyecto del CSIC Incores, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, trabaja en el desarrollo de estrategias que permitan a la ciudadanía tomar decisiones en momentos de incertidumbre, mantener elevada la confianza y generar una responsabilidad multidimensional (moral, legal, individual, corporativa y estructural) ante una emergencia sanitaria. Durante cuatro años, los investigadores reformularán los conceptos de incertidumbre, confianza y responsabilidad para adaptarlos al nuevo contexto digital marcado por la covid-19. Aunque habrá que esperar a 2025 para obtener las conclusiones del estudio, Wagner detalla que para hacer frente a la desinformación “es fundamental la alfabetización digital, tomarnos más tiempo para comprobar las informaciones o tener en cuenta que las plataformas digitales son amplificadores de sesgos, al igual que las redes sociales han contribuido al auge de posturas antidemocráticas y anticientíficas”.

Alejandro Parrilla García / CSIC Comunicación

 

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