Carmen Gil Fernández
Carmen Gil Fernández se licenció en Ciencias Biológicas en la Universidad de Madrid y desde una formación básica pobre, propia de la España del primer franquismo, consiguió alcanzar estándares internacionales gracias a sendas estancias de investigación pre y postdoctoral en Inglaterra (1956-1957) y Estados Unidos (1961-1964) respectivamente. Trabajó integrada en la sección o laboratorio de virus animales del Instituto Jaime Ferrán de Microbiología del CSIC, donde comenzó como becaria en 1952-53, pasó a colaboradora científica en 1958 e investigadora desde 1971 hasta su jubilación en 1994. Pertenece a la generación de microbiólogos que hicieron crecer la virología, a lo que colaboró decisivamente con sus aportaciones técnicas.
En su carrera sufrió la rigidez de las culturas administrativa y científica del franquismo, plasmada en la formación de grupos de trabajo muy cerrados que competían por los recursos, crónicamente escasos, mediante su capacidad de influencia institucional o política y con criterios de promoción igualmente mediatizados por la voluntad de los jefes de turno y un notable sesgo de género.
Según el testimonio de su esposo, Federico García Moliner (nac. 1930), a quien conoció durante su estadía inglesa y con quien contrajo matrimonio a su regreso, Carmen vivió cohibida por la estatura científica de su compañero de vida, cuando, para él, las aportaciones científicas de Carmen habían sido superiores a las suyas propias. Su actitud hacia la investigación era muy desinteresada en cuanto a la visibilidad de sus resultados, al mismo tiempo que destacó su entrega y colaboración en tareas de equipo. Entre 1959 y 1969, su periodo de formación postdoctoral, publicó cuatro trabajos, dos de ellos en revistas internacionales, y nacieron sus tres hijos, en 1960, 1962 y 1967 respectivamente. Entre 1960 y 1964 marchó a la Universidad de Illinois, acompañando a su marido, contratado como profesor, aunque ganó una beca estadounidense. Sus momentos más productivos tuvieron lugar entre 1970-73 y 1983-93, y es significativo en la historia de la construcción del estándar científico español que desde que consiguió el puesto de investigadora científica del CSIC, en 1972, sólo publicara en inglés y en revistas internacionales.
Su formación posgraduada le permitió familiarizarse con técnicas de cultivo celular y diversas inmunológicas junto a figuras como Eduardo Gallardo (1879-1964), Robin Coombs (1921-2006), Michael Stoker (1918-2013) y Lindsay Black (1907-1997). En su tesis de doctorado identificó el microorganismo patógeno que a través de las garrapatas o chinchorros aviares podía trasmitir la fiebre Q en España, el cual, de acuerdo con lo ya conocido desde 1937, era la rickettsia (hoy, coxiella) burnetii. Durante dicha estancia advirtió el fenómeno de latencia del virus del herpes en células HeLa cultivadas in vitro, como publicó en una carta al editor de Nature (1960), con lo que corroboró la posibilidad de trabajar con virus humanos en condiciones experimentales en laboratorio. Su tesis, publicada por el mismo Instituto en 1960, fue galardonada con el Premio Torres Quevedo correspondiente a 1957.
El grupo del CSIC en el que se integró Carmen padeció de gran debilidad institucional en sus inicios. El director fundador del Instituto Ferrán, Arnaldo Socías, quien la había apadrinado científicamente (son las propias palabras de Carmen en los “Agradecimientos” de su tesis doctoral), murió el mismo año en que esta se leyó y el jefe de la unidad, Eduardo Gallardo, director real de la tesis de Carmen, ya jubilado de su puesto en el Instituto Nacional de Sanidad, falleció estando recién regresada de Estados Unidos. Quedó a cargo el biólogo Ángel García Gancedo, profesor de investigación en 1971 y vicedirector del CIB; Carmen Gil incorporó el cultivo celular con líneas HeLa, desde finales de la década de 1950. Aportó el establecimiento de dos líneas celulares propias de riñón de cerdo y una modificación para la formación de placas infectivas que se empleó en adelante de forma generalizada en casi todos los trabajos del grupo.
Tras participar en investigaciones del Programa de Actuación del CSIC sobre el síndrome tóxico del aceite de colza, su última etapa en el CIB estuvo ocupada en desarrollar una línea sobre inhibidores de la multiplicación vírica.
En suma, una vida profesional dedicada a establecer nuevos protocolos experimentales de amplio uso con los que ayudó a consolidar la virología, no solo con su actividad personal y de grupo, sino a través de la organización de cursos periódicos dentro del propio CSIC y en conexión con las facultades de Biológicas y Farmacia. Y todo dentro de un marco de escasez, falta de reconocimiento o, directamente, relegación de las mujeres.
Esteban Rodríguez Ocaña
Dpto. Historia de la Ciencia (Universidad de Granada)
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Mujeres Ilustres