Tusculum, la ciudad que osó rivalizar con Roma (y pagó por ello)
Prefiero ser el primero en una aldea que segundo en Roma. Esta frase, atribuida a Julio César, fue probablemente lo que pensaron los primeros condes de Tuscolo cuando, en el siglo X, se establecieron en lo que unos 600 años antes había sido el municipium de Tusculum.
Situado a unos 30 kilómetros de Roma, Tusculum surgió por primera vez en el siglo VI antes de nuestra era, aunque se sabe que la zona ya estuvo poblada cuatro siglos antes. Durante la época imperial romana se puso de moda entre la clase dirigente romana, que construyó allí sus villas vacacionales. La proximidad geográfica y la popularidad creciente de Tusculum propiciaron una rivalidad entre ambas ciudades; pugna de la que Roma salió vencedora cuando entre finales del siglo III y principios del IV d.C. Tusculum entró en decadencia y las villas fueron abandonadas progresivamente.
Dormida durante seis siglos, esa rivalidad resurgió en plena Edad Media con el establecimiento del joven linaje aristocrático en la colina de la antigua Tusculum. La elección de la zona no podía ser mejor: contaba con una buena posición estratégica para controlar el Valle Latino y las principales vías de comunicación con el Sur, era rica en agua y en minerales, se encontraba a apenas media jornada a caballo de Roma y poseía un importante valor simbólico, por ser la heredera del antiguo municipium. Los Tuscolani fortificaron los accesos a la ciudad, así como sus puntos elevados, para controlar el acceso al valle desde Roma; un valle por el que transcurría un tramo de la Vía Latina, de gran importancia en las comunicaciones entre los siglos X y XI. Además, crearon una serie de monasterios en lugares estratégicos dentro del valle.
La institución familiar fue la base de la organización política e ideológica de los condes de Tusculum. Extendieron sus ramas dentro de la Iglesia (consiguieron colocar tres Papas consecutivos durante la primera mitad del siglo XI), la política de Roma (con muchos de sus miembros como magistrados, funcionarios y nobles) y el Sacro Imperio Romano Germánico (con importantes puestos dentro de la corte y con matrimonios con la familia imperial).
Por si eso no fuera suficiente para despertar los recelos de Roma, los señores de Tusculum se dedicaron a consolidar sus posiciones fuera del núcleo urbano, poniendo especial interés en controlar puertos estratégicos a lo largo de la costa del Lacio.
Alrededor de 1150 la dinastía Tuscolana entró en crisis interna. A partir de ese momento, Roma, dispuesta a desafiar a cualquier rival, aprovechó todas las oportunidades a su alcance para intentar destruir Tusculum. La primera llegó en 1167. Con la excusa de la falta de pago de un tributo, Roma atacó el territorio de su rival e intentó derribar las murallas de la ciudad, pero se encontró con la oposición del Papa y del ejército imperial. Roma obtuvo una ruinosa derrota, pero dejó tocada la frágil relación del entonces conde de Tusculum, Rainone, con los habitantes de su ciudad.
Para mantenerse, Rainone se vio obligado a transferir parte de su poder a la Iglesia y, poco después, el papa Alejandro III y toda su curia se trasladaron a Tusculum, donde ocuparon el hasta entonces palacio de los condes durante más de dos años. La ira de Roma, que lo tomó como una afrenta, no se hizo esperar y acometió reiterados ataques contra Tusculum, siempre rechazados gracias a la ayuda del ejército del emperador.
Pero el equilibrio era frágil y Roma no se dio por vencida. En 1188, ya muerto Alejandro III, el Comune romano logró que la Iglesia retirara su apoyo a Tusculum y, tres años después, se ganó el favor del emperador ofreciéndole la posibilidad de ser coronado en Roma (a cambio de no interferir más en sus ataques a Tusculum).
En 1191, ya despojada de todos sus apoyos, Tusculum fue arrasada por Roma. La devastación fue tal que cuando tiempo después, en el siglo XVI, algunos eruditos intentaron localizar sus restos, no consiguieron encontrar el lugar exacto. Ese abandono histórico mantuvo los restos enterrados e intactos, y ha permitido a los investigadores del CSIC del proyecto arqueológico Tusculum obtener datos de una ciudad con más de 20 siglos de historia y estudiar cómo era una ciudad en plena Edad Media sin que la evolución social, artística y urbanística la haya transformado.
Texto: Marta García Gonzalo
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