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“Hay que rehabilitar los edificios y hacerlos más sostenibles, no construir más”

Carmen Alonso, arquitecta del Instituto Eduardo Torroja del CSIC, participa en la serie de entrevistas 'Científicas y Cambio Global'

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Aunque solo ocupan el 3% de la superficie terrestre, las ciudades son responsables del 80% de las emisiones contaminantes. En Londres, Méjico DF, Pekín, Nueva York o Madrid millones de personas cogemos el coche o el transporte público cada día; nos duchamos, cocinamos y ponemos la calefacción; utilizamos electrodomésticos y hablamos a través de nuestros dispositivos móviles. Las grandes urbes constituyen, como apunta la socióloga Saskia Sassen, los nodos de la globalización. Son lugares de crecimiento económico y riqueza, espacios de oportunidades educativas y laborales y laboratorios de innovación. Pero también territorios de desigualdad, exclusión social y graves impactos ambientales. De ese carácter ambivalente de la ciudad habla la arquitecta Carmen Alonso, investigadora del Instituto Eduardo Torroja del CSIC. A través de distintos proyectos, su grupo de investigación busca soluciones para lograr edificios y viviendas que sean más eficientes energéticamente. En esa búsqueda, no solo cuenta la tecnología. “Cuando te enfrentas a la construcción o rehabilitación de una vivienda, tratas con personas que tienen unas necesidades concretas. O incorporas los factores económicos, sociales y ambientales, o será un mal enfoque”, explica. Su objetivo es utilizar la arquitectura para construir ciudades más sostenibles e inclusivas, “capaces de acoger múltiples opciones de vida”.

En vuestro trabajo está muy presente la relación entre arquitectura y medio ambiente. ¿Cómo se relacionan ambos conceptos?

Cada vez que se construye un edificio se produce un impacto sobre el medioambiente, pero también se crean unas condiciones de habitabilidad, un espacio que nos protege del frío, el calor o la radiación solar, y que permite desarrollar la vida en condiciones de confort. Pero generar esas condiciones en el interior de los edificios no puede ser a costa de un consumo excesivo de recursos. Estamos utilizando un montón de energía para calentar y refrigerar nuestras viviendas. Ese consumo energético se puede reducir, con la consiguiente reducción del impacto del cambio climático. Por otro lado, esas condiciones de confort y calidad del aire del edificio dependen mucho de dónde se ubica, del entorno y clima locales. Esa relación con el medio, que es muy directa, nos interesa. Abordamos cuestiones como la eficiencia energética, el confort higrotérmico, la calidad del aire, el confort acústico y lumínico... Trabajamos en diferentes ámbitos: desde los sistemas constructivos, analizando los materiales y cómo se comportan ante distintos factores (estrés térmico, acústico, lumínico), hasta los edificios en su conjunto e incluso en escalas mayores. Por ejemplo, tenemos proyectos de investigación en torno al barrio, en los que incluimos el espacio público en nuestros análisis.

Carmen Alonso
El vestíbulo del Instituto Eduardo Torroja es uno de los espacios singulares del edificio / Sandra Díez

Actualmente, cuando se habla de medidas para mitigar el cambio climático, a menudo se pone el foco en el ecosistema urbano, en cómo conseguir ciudades más sostenibles. Según la ONU, más del 50% de la población mundial se concentra en grandes urbes y todas las predicciones señalan que esta tendencia se va a reforzar.

En los objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU (ODS), el objetivo número 11 es crear ciudades y comunidades más sostenibles. Ahí se enmarca nuestro trabajo. Al analizar los datos te das cuenta de que las ciudades solo representan el 2-3% de la superficie terrestre, y sin embargo su huella ambiental es enorme: son las responsables del 80% de las emisiones de gases contaminantes. Las grandes urbes son focos de desarrollo económico porque concentran el PIB de todos los países, pero también son las principales generadoras de impactos ambientales. Las ciudades concentran más oportunidades educativas y laborales, son centros de innovación, pero también de poder, pobreza, inseguridad y desigualdad. Tienen esa ambivalencia que les hace ser un objetivo claro dentro de los ODS.

Dentro de esa ambivalencia se trataría de potenciar todo lo positivo que ofrecen las ciudades y minimizar lo más posible sus aspectos negativos. Desde esta perspectiva, ¿qué respuestas puede dar la arquitectura?

En este momento, si hablamos de edificación a nivel urbano, el marco de actuación lo establece la Estrategia de Regeneración Urbana Integrada, que aúna aspectos sociales, ambientales, tecnológicos y de gobernanza. Este marco se centra fundamentalmente en la ciudad existente; no se dirige a la generación de nueva arquitectura, sino a la rehabilitación de lo que ya hay para reducir su ineficiencia. En Europa en general, y desde luego en España, el sector de la construcción ha sido clave para el crecimiento económico, así que hay que centrar los esfuerzos en mejorar todo el parque edificado y adaptarlo al futuro que viene. Y, además, hay que hacerlo de manera integrada.

De hecho todos vuestros proyectos responden a ese enfoque integral.

Sí, o al menos lo intentamos. Esto es un centro de materiales, de tecnología constructiva y con un claro componente de aplicación. Pero cuando te enfrentas a la construcción o rehabilitación de vivienda, en definitiva a la generación de hábitat, tratas con personas que tienen unas necesidades concretas. O incorporas todos los factores económicos, sociales y ambientales, o será un mal enfoque de investigación.

Ahora participas en el proyecto HABITAres, orientado a la rehabilitación de edificios en zonas urbanas vulnerables para reducir la dependencia energética. ¿En qué fase estáis?

Ya hemos detectado cuáles son estas áreas en la ciudad de Madrid a través de indicadores de ineficiencia energética y vulnerabilidad social. En esos barrios hemos generado flujos de información sobre la edificación y las posibilidades de rehabilitación a partir de datos estadísticos de la Dirección General de Catastro y el Instituto Nacional de Estadística (INE). Con esa información realizamos modelos sobre cómo se comportan los edificios de estas zonas en términos de eficiencia energética. Además monitorizamos in situ las distintas variables de confort de las viviendas con entrevistas y encuestas a la población residente sobre sus usos energéticos. Ese trabajo de campo nos permite contrastar toda la información que extraemos de manera estadística. Queremos crear una herramienta integrada para evaluar áreas urbanas vulnerables donde hay pobreza energética, una herramienta que sea útil para la rehabilitación de estos barrios. En este momento estamos procesando la información para saber si realmente los modelos energéticos que estamos utilizando están adaptados a las realidades y necesidades de la gente que habita allí.

¿Qué variables de confort tenéis en cuenta?

Si los residentes ponen o no la calefacción, si están utilizando o no el aire acondicionado, si existen sistemas de ventilación en el edificio, cuánta gente vive en cada vivienda, si los perfiles de uso se corresponden con los estándares que estamos usando, etc. Es evidente que en zonas vulnerables el uso y consumo de energía no coincide con los estándares. Hay mucha población que no pone la calefacción porque le supone un gasto excesivo, así que pasa mucho frío en invierno y mucho calor en verano, con los consiguientes riesgos para la salud. También hay gente que utiliza mucho la calefacción porque tiene necesidades especiales, como personas mayores o familias con niños. Entonces se produce un gasto energético excesivo, pues su renta es muy baja y conseguir ese confort conlleva mucho esfuerzo económico. Son dos ejemplos de pobreza energética. En todo ello el papel del edificio es fundamental; por eso, a la vez que obtenemos los datos sobre usos, vemos en qué estado está la construcción, cuáles son sus materiales constructivos, cómo son sus ventanas, etc. Ahí están las posibilidades de mejora para reducir la demanda energética.

¿En qué se concretan esas posibilidades de mejora? ¿Y cómo se vincula todo ello con los aspectos sociales y medioambientales que has mencionado?

Nuestro principal objetivo es reducir la demanda de energía y con ello la dependencia energética. Para ello las necesidades energéticas del edifico deben ser mínimas, como señala la directiva sobre Edificios de Energía casi Nula. Hay que promover edificaciones que sean muy eficientes de forma pasiva y logren fácilmente condiciones de confort en su interior. ¿Cómo? Con diseños constructivos que funcionen gratis, que faciliten la captación solar en invierno y una apropiada protección del sol en verano. En España, la mayoría de los edificios tienen un déficit de aislamiento en fachadas, cubiertas y suelos. La envolvente, que es la piel del edificio, es muy precaria, no aísla bien del frío y el calor y puede causar humedades en las viviendas. Si hay humedades, gran parte del calor que usas para la calefacción se ‘va’ en secar las paredes. Eso es ineficiente, aparte de las patologías médicas que puede causar. Por tanto, lo primero es renovar la envolvente; después, mejorar los diseños en función del lugar y la orientación del edificio. Por ejemplo, que las ventanas al sur sean más grandes o que incorporen toldos y persianas para evitar que entre calor en verano. Son soluciones sencillas que funcionan solas, sin equipos que haya que mantener o enchufar. El problema es que en la rehabilitación de viviendas de población vulnerable se aplican criterios de amortización de la inversión que no sirven. A una familia que apenas gasta en energía no le puedes decir: “Rehabilita tu casa, que vas a ahorrar en la factura”.

En HABITAres y otros proyectos fomentáis actuaciones en red, ¿qué significa eso?

HABITAres busca la autosuficiencia energética de los barrios. Partimos de la escala del edificio, que como he dicho debe tener una demanda energética muy baja. Pero luego, a escala de barrio, se puede gestionar la energía con una generación distribuida, por ejemplo con equipos comunes, con calefacciones de distrito... Sistemas activos energéticos que permitan que la poca energía que necesitas en casa o en el colegio proceda de fuentes renovables in situ. Es decir, que no necesites un kilowatio que viene de Argelia para calentar tu casa, sino que, como las necesidades son mucho menores, con una placa solar instalada en el propio barrio generes un consumo responsable y de gestión compartida con la comunidad.

Con ese planteamiento se reduciría el consumo de energía y por tanto las emisiones.

Exacto. Y no solo reduces las emisiones in situ, porque efectivamente disminuyen los gases de efecto invernadero que perjudican la calidad del aire, también reduces la necesidad de infraestructuras y por tanto el consumo de recursos. Las infraestructuras en el medio urbano son enormes porque hay que garantizar el abastecimiento de energía a todos los edificios. Reducir la demanda energética significa también reducir infraestructuras.

Carmen Alonso
Carmen Alonso participa en varios proyectos de investigación orientados a rehabilitar edificios para que sean más eficientes energéticamente / Sandra Díaz

HABITAres se relaciona con vuestro anterior proyecto, REFAVIV, centrado en la rehabilitación de viviendas sociales construidas antes de 1980. ¿Qué habéis conseguido?

Este proyecto se centraba en la rehabilitación de fachadas. Primero probábamos en el laboratorio diferentes sistemas constructivos para comprobar su eficacia. Una vez caracterizados, estudiábamos cómo se podían aplicar a la vivienda social de Madrid. En este caso también monitorizábamos sobre el terreno; de hecho fue de las primeras experiencias que tuvimos en trabajar directamente con los vecinos y ahora lo estamos replicando en HABITAres. Todo eso ha dado lugar a la Red_Monitor, dedicada a monitorizar y evaluar la habitabilidad, calidad del aire y eficiencia energética de los edificios. Es un foro en el que grupos de investigación de toda España compartimos recursos para que la información no esté atomizada y podamos tener datos de distintos lugares, climas, etc.

También participas en My Building is Green, un proyecto Life financiado por la Unión Europea que pretende mejorar edificios públicos a través de Soluciones Basadas en la Naturaleza que aumenten el confort. ¿Cómo son esas soluciones?

Son soluciones que se inspiran en los procesos naturales. Vamos a implementar diferentes prototipos en tres colegios ubicados en Badajoz, Évora y Oporto. Este proyecto lo compartimos con Portugal y lo lidera el Real Jardín Botánico (RJB-CSIC). Nosotros aportamos la parte más técnica, relacionada con los sistemas constructivos. Las soluciones pasan por crear fachadas y cubiertas verdes, suelos permeables, ventilación natural... Por ejemplo, los jardines verticales en las fachadas sirven para disminuir el calor en verano. Queremos reducir el disconfort asociado a las altas temperaturas, a su vez acentuadas por olas de calor que van a ser cada vez más frecuentes. La transpiración de las plantas genera humedad y reduce ligeramente la temperatura. También sombrea la fachada, y eso impide que se sobrecaliente el cerramiento del edificio. Si además se aprovecha la ventilación para que entre aire fresco en las aulas, mejoras la calidad del aire. En muchos colegios no hay sistemas de ventilación y la concentración en el interior de CO2 u otros contaminantes es muy alta.   

¿Eso está comprobado? ¿Hay mediciones?

Sí, se han hecho bastantes mediciones. Es un problema importante, porque la mala calidad del aire disminuye la concentración del alumnado y es negativa para su salud.

¿Este proyecto también se centra en mejorar lo que ya hay o en cómo deben construirse los nuevos centros educativos?

Se orienta a la rehabilitación, en este caso a la adaptación climática de tres edificios para mejorar el bienestar y confort térmico de unas 1.000 personas. El parque edificado es un recurso muy valioso, una gran masa de ladrillo, hormigón y otros materiales. Por cada metro cuadrado de edificio se utilizan más de dos toneladas de materiales en sus distintas formas. Materiales que a su vez proceden de diversos lugares, tienen su propio ciclo vida y antes han sido procesados y transportados. Así que si quieres demoler un edificio, con los montones de toneladas de residuos que eso genera, habrá más emisiones. Hay que rehabilitar los edificios que ya tenemos y hacerlos más sostenibles, más eficientes, no  construir más.

¿Cuáles son los principales obstáculos para lograr ciudades más sostenibles?

La inacción política es un gran lastre. En España actuamos empujados por directivas europeas, y es una pena porque con nuestro clima tenemos un potencial enorme en energías renovables.

¿Y la cuestión presupuestaria? ¿Es muy caro llevar a cabo estas rehabilitaciones?

No, el esfuerzo económico que supone no es elevado. En casas en las que se rehabilita la fachada para quitar grietas y desconchones, lo más caro es colocar el andamio. Después, poner un aislamiento por fuera supone un incremento mínimo. Es verdad que reformar la envolvente es más costoso y difícil a priori que cambiar una caldera, pero es una solución duradera y que funciona sola, no hace falta revisarla cada año. Aunque se amortice más tarde, es muy rentable ambientalmente, no sólo económicamente.

¿Qué requisitos debe cumplir una ciudad para que sea sostenible? ¿Qué experiencias hay en este sentido?

Hay que fomentar la ciudad compacta y compleja frente a la dispersa o difusa. Por ejemplo, estuve hace poco en Tenerife y me enteré de que tiene el mayor número de carreteras por habitante de España. Eso implica una dispersión brutal, genera muchísimos desplazamientos y si quieres moverte en transporte público, es complicadísimo. Vitoria, sin embargo, ha recibido varios premios por ser un modelo de urbanismo sostenible. A nivel europeo, Copenhague sería un buen ejemplo. Hay muchas soluciones. La importancia de las zonas verdes es crucial para hablar de ciudades y barrios más resilientes e inclusivos. También la existencia de espacios públicos y el transporte accesible. Y como cada vez vamos a tener cada vez más olas de frío y calor, los edificios también deben estar acondicionados para ello.

Esta entrevista se enmarca en el ciclo ‘Científicas y cambio global’. A partir de tu ámbito de trabajo, la arquitectura, ¿en qué piensas al escuchar este epígrafe?

En que el cambio global ya está sucediendo y hace falta una respuesta que debe incluir la perspectiva de género. Creo que esa perspectiva va a ser fundamental para afrontar los retos del siglo XXI. El esquema tradicional no está funcionando; hoy mismo la NASA ha difundido datos sobre los niveles de CO2 a nivel mundial, que siguen aumentando. Si no se aporta por un lado ese enfoque de género, y por otro lado la perspectiva científica –la ciencia como soporte para todas las acciones a nivel global–, seguiremos igual. Concretamente el urbanismo, la arquitectura y la ingeniería son campos donde la mujer nunca ha tenido protagonismo. El efecto tijera es brutal, los puestos de responsabilidad siempre han estado gestionados por hombres. Hay muchas acciones que se pueden llevar a cabo para que la ciudad adopte esa perspectiva de integración de la diversidad y de resiliencia, para que sea capaz de acoger múltiples opciones de vida.

 

Esta entrevista forma parte del proyecto 'Coordinación anual de la red de UCC del CSIC: Científicas y Cambio Global', que cuenta con la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología - Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

Mónica Lara del Vigo (Cultura Científica CSIC)

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