El valor público de un gigante de la ciencia
Decir que el CSIC es una magnífica institución no es ninguna exageración o algo solo justificado por el fundado orgullo de sus integrantes. El CSIC es la obra forjada por quienes han hecho de la ciencia y la investigación su vida, profesional y personal.
El CSIC es el principal agente ejecutor de actividades científicas y técnicas en España; la vigésimo primera organización del mundo dedicada a la investigación y la sexta en Europa; la séptima y la cuarta si nos ceñimos al ámbito público. Posiciones destacadas que solo son posibles por las más de 11.000 personas que ejercen su profesión al servicio del CSIC, duplicando las cifras de personal del Ministerio de adscripción, multiplicando casi por diez los efectivos de la segunda Agencia Estatal española, y siendo superado únicamente por cuatro Ministerios en cuanto a volumen de personal. Por si fuera poco, el CSIC cuenta con una estructura desconcentrada territorialmente en 120 institutos de investigación –de los que 53 son de titularidad mixta–, nueve Delegaciones institucionales en las Comunidades Autónomas y una en Bruselas. Y se podría seguir hablando del ingente patrimonio que gestiona el CSIC, del volumen de contratos que anualmente adjudica, de las sofisticadas infraestructuras técnicas e informáticas en las que se sustenta…
Son datos que, posiblemente, todos conocemos o imaginamos con mayor o menor precisión. Y, sin embargo, no todos somos conscientes de lo que representan ni del reto al que todas y cada una de las personas que trabajamos en el CSIC nos enfrentamos cada día, en la medida en que, cada uno en su ámbito, estamos dando vida a un complejo y sorprendente gigante de ochenta años al que, incluso, seguimos haciendo crecer y, sobre todo, mejorar. No es poca tarea.
Y lo estamos haciendo en uno de los contextos menos favorables de la historia del CSIC, cuando la crisis económica y las necesidades de adaptación de la última década han dificultado más si cabe el marco de acción de los organismos públicos. Semejante coyuntura se resume sencillamente en el siguiente dato: mientras que en 2009 el CSIC ejecutó un gasto superior a los 935 millones de euros, el gasto en 2018, aunque ya en proceso de recuperación, no alcanzó los 650 millones de euros. Pese a ello, hay un dato todavía más revelador: durante este periodo la práctica totalidad de los indicadores de producción científica del CSIC –comparables en el ámbito internacional– han mejorado claramente; lo cual demuestra la dedicación, entrega y pasión de los investigadores y la capacidad de respuesta y apoyo de toda la institución que les respalda.
El hecho de que la complejidad del CSIC en un contexto adverso no se haya traducido en una significativa reducción de los estándares de funcionamiento aplicables a cualquier organización solamente puede entenderse si se tienen en cuenta tres cualidades vinculadas a la naturaleza pública de la Institución.
En primer lugar, la misión del CSIC, como organismo público que es, responde en última instancia al interés general y este no puede medirse únicamente en términos de rentabilidad. El compromiso del CSIC con el progreso y el bienestar de la sociedad española y, en general, de la humanidad, trasciende los aspectos de funcionamiento y es una de las razones que explican la longevidad de esta institución y el profundo respeto a la autonomía científica en el que basa su funcionamiento. De ser una organización privada, ¿seguiría existiendo el CSIC?, ¿conservaría su personal científico y técnico su autonomía?, ¿respondería a su amplia y casi ilimitada misión o vendría a estar condicionado irremediablemente por variables económicas y financieras?
La segunda cualidad tiene que ver con el valor procedente de la vocación y talento del personal científico-técnico al servicio del CSIC: su inagotable afán de mejora, su obsesión por la búsqueda de conocimiento, su magnífica creatividad, su extrema capacidad de trabajo, su indomable habilidad para salvar cualquier tipo de obstáculo… no solo forman parte de la cultura y de la mismísima esencia del CSIC, sino que son su combustible, una garantía de permanencia y una de las más evidentes razones por las que esta organización ocupa un prestigioso puesto en el escalafón de las instituciones de investigación de todo el mundo.
La última referencia se relaciona con la gestión del CSIC como organismo público sujeto a principios como la seguridad jurídica, la legalidad o la transparencia, indispensables para servir a la sociedad. Marco de garantías insoslayable que quizás con demasiada frecuencia resulta entorpecedor para una actividad tan dinámica y competitiva como la investigación.
Sin embargo, deben valorarse el tamaño y la complejidad de este gigante científico, que permiten la creación de sinergias, un amplio alcance territorial y la existencia de una marca global única y potente, mucho mayor que la suma de todas las partes; aunque también favorecen las duplicidades, la fragmentación, los fallos de comunicación o la existencia de lógicas a menudo antagónicas que dificultan la estandarización de procesos y, en general, la logística de la organización. En ese sentido, el CSIC es también una inagotable fuente de retos para la gestión en la búsqueda de la excelencia y de la mejora constante de su funcionamiento.
Hay multitud de ámbitos en los que el margen de mejora es notable; bien lo sabemos. Pero también sabemos “a ciencia cierta” –permitidme la expresión–, que el CSIC, contra lo que en ocasiones parece parte de su propio relato crítico, es uno de los mejores ecosistemas del mundo para hacer ciencia. El gran desafío es lograr crear confianza en la institución y en sus posibilidades. No es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor. Nuestro verdadero patrimonio es el presente porque somos, sobre todo, lo que queremos ser.
Secretaría General del CSIC
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